3 abr 2011

Frutas exóticas


Por: Narces Alcocer Ayuso

Aprovecho que inicia la primavera para tratar sobre un tema muy importante. Importante porque es deber de todos considerar el daño que le hacemos a nuestra economía y cultura al olvidarnos de estos productos tan especiales: las frutas de Yucatán.

De antaño, nuestros padres y abuelos crecieron con ellas como las mejores golosinas que pudieran existir, y lo mejor de todo es que eran gratis pues no había patio en la región que no contaron con una mata o árbol de ellas, al menos en Mérida, mientras que en la localidades del interior del Estado crecían de manera silvestre y en no pocas ocasiones fueron referencias para la fundación de pueblos y villas, encontrándose en el centro de la plaza principal, plantado quizá por los colonos pero en otras veces por la misma madre naturaleza.

Los mayas conocían estas frutas y constituyeron fuente de remedios y otros usos ajenos a su función alimentaria. El empleo que nuestros ancestros les otorgaban fue transmitiéndose de generación en generación hasta nuestros días, donde infortunadamente las personas jóvenes prefieren recurrir a bagazos extranjeros para saciar las ganas ocasionales de disfrutar de una buena fruta.

Aquellos viejos árboles que eran referencia en los pueblos y ciudades de Yucatán lo han dejado de ser: “a la vuelta de la ceiba”, “frente al pich”, “donde está el tamarindo”. Las matas que algunas vez nombraron calles, esquinas y colonias son casi nulas en la actualidad, en parte porque los vetustos patios y solares ya no tienen las dimensiones de atrás, siendo imposible albergar a árboles de tamaño regular, y además los que habían se han mandado derribar porque generaban basura con sus hojas y frutos podridos que sus dueños ya no consumían por el cambio de alimentación que nos ha llevado a los yucatecos a ser el Estado con mayor tasa de obesidad del país.

A pesar de todo, aún sobreviven unas cuantas matas en los patios y podemos encontrar ocasionalmente algún arbolito frutal en la vía pública. Ya no existe la costumbre de intercambiar frutas entre los vecinos ni tampoco representan una oportunidad económica pues suelen obsequiarse entre los conocidos e incluso desconocidos que tengan la osadía de pedirlos; aquellos “bolis” o helados caseros de mamey, guanábana o coco con los que las amas de casa completaban el gasto ya son rara avis.

En el campo aún se dan los grandes corredores y los frutales no faltan, aunque el consumo de su dádiva es relativamente poco. Son la gente de escasos recursos que toma provecho de ello y continúa vendiéndolos para el sustento familiar, ya sea de su patio o de la recolección silvestre. Modestamente surgen casos aislados de emprendedores que buscan explotar el potencial económicos de nuestras frutas, toda vez que al ser casi todas silvestres no requieren de muy cuidado y son prácticamente inmunes a las plagas y enfermedades. Esperemos que renazca el gusto por estas frutas sabrosas, saludables y económicas, y para ello describamos brevemente las principales:

Consideramos primero a los cítricos. Evidentemente estos frutos no son autóctonos de Yucatán ni de América sino de Asia, sin embargo en nuestra tierra (como en otras) las condiciones del suelo, el clima y las hibridaciones han dado lugar a frutos con características bastante heterogéneas al grado de ser exclusivas de la región; y merece singular aprecio la suutz’pakal o naranja agria (citrus x aurantium, cítrico dorado porque al madurar no adquieren el color amarillo o naranja de la naranja sino un tono ocre característico), ingrediente indispensable en la gastronomía yucateca. Es la única fruta que todavía existe en abundancia en los patios de Yucatán, muchos más que cualquier otra planta comestible, medicinal o de ornato. El origen de esta naranja es interesante ya que derivada de la naranja agria andaluza que más que agria es amarga; cuando colapsó el cultivo de la caña de azúcar por el del henequén, la obtención de vinagre se redujo y se necesitó de otras fuentes de acidez para la preparación de alimentos. Gracias a las condiciones locales, de la naranja agria andaluza se obtuvo la naranja agria yucateca, un híbrido estupendamente adaptado y de frutos con sabor único, convirtiéndose en el nuevo “vinagre” de Yucatán (salvo en el oriente del Estado donde nunca pudo sustituirlo). Es tal la fortaleza de esta planta que es usada para injertos de cualquier otro cítrico, no necesita de suelos especiales y suele fructificar noblemente. Aunque hay quienes se afirman que hay dos cosechas al año, por tener a mi disposición sendas matas de naranja, puedo sostener que las cosechas perteneces a dos sub-variedades con una sola cosecha pero de distinta temporada; unas son las naranjas agrias rugosas, de cáscara gruesa, mesocarpio laxo, jugo amarillo y abundantes semillas, mientras que existe la variedad con cáscara lisa, menos gruesa, con mesocarpo firme, jugo de tonalidades baja y menos semillas. Ambas son útiles pero se prefieren estas últimas que están menos distribuidas.

Y hablando de las naranjas agrias andaluzas, éstas existen aún en Yucatán pero se encuentran al borde de la extinción y apenas las encontramos en algunos solares; consideradas como medicinales, poseen ciertamente concentraciones de antioxidantes y sustancias antisépticas sorprendentes; podría ser, de hecho, que la antigua costumbre de aplicar naranja agria a las lesiones sea con este antiguo fruto y no con la suutz’pakal que todos conocemos; aún así, sería mejor su consumo que su aplicación. Quienes tengan el privilegio de conocer a esta naranja la conocerán seguramente por su nombre común: cagel, cajera o naranja cajera.

Otros cítricos que fueron muy consumidos en el pasado son el limón real o limón Méyer, el limón dulce o pomelo (Citrus grandis, no confundir con pomelo-toronja), el calamondín, calamansi o mejor conocida como naranjita de San José, y la china-lima. Los dos primeros aún se consiguen durante el otoño para preparar el sabroso “xek”, cocktel de cítricos diversos y jícama. Las naranjitas de San José son ya raras y su valor comercial dada su prolífica fructificación ha sido despreciado. La china-lima aún cuenta con algunos seguidores y es más común encontrar un árbol de estos frutos que uno de naranja dulce en los hogares yucatecos. Como la naranja agria, es una adaptación al suelo de Yucatán de un híbrido pero ahora de la naranja dulce. Don Ermilo Abreu Gómez describe otros cítricos ya desaparecidos de la región.

Entre otras frutas que no son autóctonas de Yucatán tenemos a la "grosella" (Phyllanthus acidus) que todos hemos disfrutado con una generosa porción de chile en polvo, en especial en las escuelas. Se cree es de África, en América la fue introducida en el siglo XVIII a las Antillas; no se sabe cuándo llegó a Yucatán pero se ha difundido su cultivo aunque de traspatio, en común verla en solares amplios y no pocas familias venden los frutos para hacer unos pesos; tienen buena aceptación dado lo alegre de su sabor.

No podemos dejar pasar a los plátanos, siendo las tres variedades principales el plátano bárbaro o ha’as, el manzano y el blanco ó ixixik. Todas corresponden a la misma especie –Musa x paradisiaca-, el primero es una fruta tosca, apreciada por los antiguos por su alto contenido de almidón que los volvía un alimento adecuado para largas jornadas. Su sabor es insípido y es mayor el uso que le otorga a las hojas, siendo la variedad con mayor demanda de las mismas sin las que sería imposible preparar los tamales y la cochinita; actualmente se experimenta con ellos por los gastrónomos entusiastas. El segundo es un delicioso plátano de alto contenido en azúcar y de ahí su sabor, hay dos variedades: la grande y la india, siendo mejor en gusto la última que suele encontrarse hasta en estado silvestre; conocido ampliamente el gusto por combinar sabores, suele acompañar platos fuertes como el picadillo, los frijoles e incluso de come con chile. Finalmente el plátano blanco que desde el centro del país hemos tornado su nombre a plátano macho y que es requerido (aunque no indispensable) para incluirse en el puchero o el potaje.

La última fruta no yucateca que comentaremos es el tamarindo (Tamarindus indica), originario de Asia e introducido en el siglo XVII, cuenta incluso con nombre en Maya: pah ch'uhuk. La refrescante bebida de tamarindo es riquísima; la pulpa es consumida desde la misma vaina o más comúnmente enchilada; es tradición adquirirla con el “merenguero”, popular vendedor ambulante de dulces típicos, principalmente palanquetas de cacahuate, pepita de calabaza y coco. Este último es otro fruto particular de Yucatán aunque obviamente no exclusivo; de manera lamentable, a raíz de la epidemia de amarillamiento los grandes cocoteros de la costa yucateca fueron devastados y apenas existen unas cuantas palmeras; por curioso que parezca, en nuestro Estado los cocoteros pueden crecer a muchos kilómetros de la costa debido a las condiciones del suelo; ello ha generado plantíos de coco para fines de explotación, principalmente del coco malayo que es una variedad resistente a aquella enfermedad; sin embargo el sabor de la copra (meollo) y el agua son bastante diferentes a los frutos obtenidos cerca del mar y de cocoteros yucatecos.

También de la costa son las uvas de mar o playa (Coccoloba uvifera), una sabrosa botana que nada tiene que ver con la verdadera uva pero debido a la disposición en racimos de sus frutos redondos pues causan esa impresión. Existe la creencia de que son venenosas pero son benignas en realidad y muy agrias. Pueden endulzarse, cocinarse en almíbar, preparar mermeladas o degustarse crudas con sal y chile.

Y ya que habíamos hablando de palmas, no debemos olvidar dos frutos muy apetecidos por los niños en el pasado y que ahora ya es nulo su consumo: los coquitos o cocoyoles (Acrocomia mexicana) y los "huanitos" (Thrinax radiata), estos últimos de la palma de huano o guano cuyas ramas secas se usan para la construcción de casas.

Todavía divisamos ampliamente estas plantas y sus frutos pero más bien por motivos de ornato. El cocoyol es un fruto muy apetecible pero por la copra a la cual debe accederse tras romper la dura cáscara del fruto; bien vale la pena.

Pasamos a las frutas verdaderamente típicas; primero hablaremos sobre las sapotáceas, una de ellas el caimito (Chrysophyllum cainito), conocido en inglés como star apple por la forma que tiene su pulpa en relación al mesocarpo cuando se corta transversalmente. Hay dos variedades: la verde y la morada, siendo más demanda la verde porque posee menos látex y mejor sabor. En general, un caimito nos sabrá como a una guanábana con mucha resina, es realmente poco lo que se aprovecha pero bien vale la pena, en especial cuando se degusta frío. Las hojas del árbol se caracterizan por ser verdes en el envés y doradas en el revés. Se cosechan a principios de primavera.

De las pocas sapotáceas que han sido explotadas económicamente al grado que nuestro Estado es de los primeros exportadores del fruto es el mamey (Pouteria sapota), conocido en sus inicios como mamey de Santo Domingo. ¿Quién no ha disfrutado de un frío licuado de mamey con leche, de riquísimo sorbete? Primo del mamey es el zapote o en lengua local homónimo del plátano: ha'as (Manilkara zapota), la sapotácea por excelencia. Aunque se trata de una sola especie, su tamaño varía, tanto de la planta como de sus frutos. La madera de este árbol es en extremo dura y actualmente se encuentra prohibida su tala; el más representativo es el “árbol del Centenario”, un ejemplar sembrado en 1910 en aquel parque zoológico. Existe la creencia de que de la resina de cualquier árbol del zapote se obtiene el látex, pero debe ser de los zapotes silvestres o "chicozapotes"; realmente sí se puede obtener látex de los zapotes comunes pero la cantidad es pequeña, y en cuanto a los chicozapotes son clasificados en la actualidad como una subespecie ; hasta el siglo pasado fue su explotación una de las agroindustrias más florecientes; del látex nació la goma de mascar, patentada por Thomas Adams al descubrir la afición de la misma por Santa Anna durante su exilio en Estados Unidos. La primera marca de chicles de menta se llamó “Yucatán”, comercializada por William White en 1880. Con el surgimiento de las gomas sintéticas la explotación mermó a su mínima expresión aunque aún pueden conseguirse barras de chicle artesanal.

Primo del zapote es otra fruta de la región, aunque no del Estado, llamado canistel o "zapote campechano" (Pouteria campechiana). Su sabor se encuentre entre el del mamey y el chicozapote. Por fuera parece un zapote pero por dentro sus semillas y pulpa emulan al otro.

Aunque es llamado zapote, en realidad el ta'uch o zapote negro (Dyospiros ebenaster) es una ebanácea. Su nombre es peyorativo y significa en Maya "excremento aplastado"; es, de hecho, desagradable la consistencia de su pulpa y la sensación que lleva el consumirlo; puede hacerse solo aunque es más aceptable en compañía de azúcar y limón o naranja dulce. A pesar de la nobleza de su cultivo y la resistencia de los árboles, no es muy aceptado y sólo se considera por sus propiedades aparentemente medicinales; sin duda nutritivo es; hay un refrán regional que dice: es como el ta’uch, ni sobra ni hace falta…

En cuanto a los tubérculos de nuestro estado tenemos a la yuca, el camote y el ñame, aunque no corresponden a frutas por lo que no haremos muchos comentarios sobre ellos hasta en otra ocasión ya que se trata de raíces, lo mismo que la rica jícama, infaltable ingrediente del xek durante las festividades de muertos. Omitiendo la restricción momentáneamente, fue gracias al ñame que se inventó la píldora anticonceptiva.

El nance (Byrsonima crassifolia) o chi es un producto silvestre muy apetecido por los pobladores de Yucatán, se trata de un fruto redondo, muy aromático, de pulpa pastosa, entre dulce y amarga, y que suele consumirse tanto crudo (solo o con picante) como cocido en almíbar, el sabroso dulce de nance. También es célebre una crema alcohólica de alta demanda. La variedad campechana suele preferirse a la yucateca. Los frutos recolectados en la selva suelen ser pequeños, jugosos y dulces, en tanto que los cercanos a la civilización son proporcionalmente grandes, pastosos e insípidos. También existe variedad de colores, del clásico amarillo al anaranjado, café, rojo o morado.

Primo del nance es el nance blanco o sak-pah. No se trata de una variedad si no de otra especie (Byrsonima busidaefolia), exclusiva de la selva, siendo la ciudad de Valladolid la capital del sak-pah por excelencia. Es un fruto similar al nance pero blanquecino amarillento o verdoso. Se consume encurtido, algunas veces en la compañía de chile habanero o simple picante en polvo.

El dulce de nance comparte características con otros dulces de la región, como el dulce tejocote, o de ciricote. El primero cuanta con muchos adeptos y suelen encontrarse muchas algunas plantas de pobre producción en la ciudad de Mérida, sin embargo no se trata de una especie autóctona y su introducción es relativamente reciente. El ciricote o k’oopte (Cordia dodecandra) es un fruto bastante común, de fácil cultivo y que es poco apreciado a diferencia de la madera de su árbol que es tan dura como la del zapote. Pesada y colorida, actualmente se encuentra bajo riguroso control. El ciricote suele consumirse en almíbar pero su olor es algo desagradable; sus semillas son demandadas por su buen sabor. Su uso actual está más dirigido hacia la ornamentación por sus hermosas flores.

La papaya (Carica papaya) cuyo nombre en maya es puut, se trata de una fruta que seguramente no es la favorita de nadie pero siendo notables sus propiedades medicinales y nutricionales son requeridas por muchos, constituyendo un buen mercado al grado que nuestro Estado ha sido el principal productor de papaya variedad Maradol (propia de Cuba) por muchos años. Además de ésta, tenemos a la papaya mamey (grande y de sabor y olor penetrantes que para muchos es desagradable) y la papaya de pájaros o silvestre, de frutos pequeños y de sabor escaso. La papaya tiene su mejor expresión en el licuado con leche y en el sabroso dulce de papaya que suele consumirse con queso de bola holandés. Se cree que sembrar papaya tiene su chiste pues no debe ser sembrada en altas horas diurnas y las semillas deben seleccionarse pues de acuerdo a los antiguos campesinos algunas darán plantas machos que nunca fructificarán.

Imposible culminar las anotaciones sobre las frutas en almíbar sin mencionar a las "abales" o ciruelas. Mucha gente ignora que no son ciruelas reales, son drupas de la familia de las Spondias, naturales de Mesoamérica y que en Yucatán, desde la época prehispánica, han tenido su mayor aprovechamiento, concretamente de la especie Spondias purpurea, de la que hay descritas más de 32 variedades. A pesar de ellos son pocas las apreciadas por los habitantes de esta región, siendo la chi abal y la sabak abal (ciruela morada) las de mayor aceptación, seguidas de la canpech abal (campechana) tuspan abal (tuxpana), kinil abal, yal abal y xcusmil abal. Las primeras se prefieren comer maduras pues son dulces y jugosas; las demás pueden consumirse maduras, semimaduras o verdes, ya sea con sal y chile como en el popular pipián de venado. Es clímax de las ciruelas yucatecas es el dulce de ciruelas, el único que rivaliza con el dulce de nance; es extremadamente delicioso y suele consumirse frío.

Antes de finalizar la temporada de abales llegan las refrescantes huayas (Melicoccus bijugatus), pequeños frutos de escasa pulpa y semillas comestible (su interior) que suelen cosecharse en racimos y consumirse simples o con chile. Existen dos variedades: la silvestre y la doméstica. La primera es pequeña y de mayor sabor, crece en árboles grandes cuyas ramas se extienden en capas, a diferencia de la doméstica que crece como árbol de copa y cuyos frutos son grandes y carnosos (aunque de menor sabor); algunos le llaman a esta última “cubana”. La huaya se caracteriza por dejar manchas permanentes en la ropa.

De la familia de las anonas tenemos a la anona propiamente (Annona reticulata), una variedad de chirimoya usada primordialmente para refresco, y a la guanábana y el saramuyo (¿zaramullo?). La primera es escasa y en pocos solares suele encontrarse actualmente; no debe cofundirse con la cherimoya, (Annona cherimoya) propia del altiplano. La única mata que me era familiar ya fue derribada y ha sido el tenor en muchos solares; aunque en el interior del Estado podemos hallarla.. En cuanto a la guanábana o takob (Annona muricata) es la más representativa del grupo, es una fruta suprema, de grandes propiedades nutritivas y medicinales; se consume cruda, en refresco, licudados, helados y raspados. El helado de la(el) “Principal” es para muchos el mejor. El sabor de esta fruta no puede siquiera describirse, tiene que consumirse. Muy parecida a la guanábana es el poolbox o “cabeza de negro” (Annona purpurea), muy escaso en nuestro tiempo. Por último, el saramuyo o tzarmuy (Annona squamosa) es el menor de las anonas, se trata de un fruto mediano de cáscara gruesa y con forma caracterísitica; su pulpa es poca pero de exquisito sabor, teniendo un gusto mucho menos marcado de anona en comparación con sus primas; normalmente la parte comestible se limita a la pulpa que cubre las semillas no comestibles; en algunos lugares se le llama igualmente chirimoya; su sabor recuerda al de la crema batida; se recomienda frío. Hay un pan de la panadería tradicional yucateca con este nombre.

Coninuamos la remembranza con unos sabrosos bocadillos que nos han dejado en la boca un sabor y una sensación muy particular: las piñuelas. Esta especie de piña o ch’om es el fruto de la Bromelia karatas; hay quienes la asocian al timbiriche mexicano (Bromelia pinguin) que también se consume en el Estado, pero en realidad son especies distintas. Se comen con chile y son algo indigestas.

Y podríamos seguir explayádonos con la sabrosa pitahaya -uob o bakel- (Hylocereus undatus), la nutritiva guayaba o pachi' (Psidium guajava); las diferentes cucurbitáceas del Estado que se preparan tanto en guisos fuertes como en dulces como la calabaza melada o bien sus pepitas que son elemento imprescindible de la cocina autóctona maya. El rico marañón (Anacardium occidentale) que se prepara en refresco y que en los últimos años ha tenido un resurgimiento con la explotación de su semilla que por mucho tiempo desechábamos sin saber que se trataba del exquisito nuez de la India; o el cremoso aguacate (Persea americana), quizá la fruta de mayor exportación en nuestro país y que en Yucatán tiene dos de las tres razas (Guatemalteca y Antillana) en distintas variedades. Se le llama on en lengua maya. N.R.A.A. Mérida, Yucatán a 3 de abril de 2011.

9 comentarios:

  1. Qué tal Narces, muy ameno e interesante tu escrito, me parecio muy bien, Saludos, y me gustaria saber si es que puedes que me investigues un poquito del sak-pah, de donde viene, en que otros lugares existe, y lo que mas puedas,
    También si puedes comenta algo sobre el chiké(no se como se escribe) pero espero que lo conoscas, yo tengo un arbolito en mi casa y casi no lo veo en otros lados

    Saludos y feliciades
    Felipe Reyes Labastida
    tiziminenlinea@hotmail.com

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  2. Hola Felipe, fíjate que estuve investigando y el sak pa (Byrsonima bucidaefolia) prácticamente es autóctono de la Península (aunque sus terrenos se extienden hasta Centroamérica). Del Chiké es muy poco lo que sé, de hecho nunca lo he probado y es eminentemente silvestre, de la familia de las zapotáceas, de antaño lo consumían mucho los niños, ahora su disponibilidad es escasa y las plantas como la que me señalas son casos excepcionales, cuídala =)

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    2. no sabe para cuando es la temporada de sak-pah?

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  3. Bueno aquí si me voy a atrever a comentar para corregir.NINGUNA DE LAS ESPECIES QUE MENCIONAS ES EXOTICA. Una especie exótica es aquella que se introduce a un ecosistema donde no habitaba previamente, y todas las especies que mencionas en tu blog son propias de la península. En realidad no son exóticas si no raras y eso es porque la poco a poco se va perdiendo la tradición (no la cultura, la cultura no se pierde porque es intrínsecamente humana) de consumirla dadas las tendencias actuales del mercadeo globlal, capitalista y neoliberal. No confundir entonces frutas exóticas con frutas raras, pues, cabe mencionar que de estas frutas que mencionas, muchas están en peligro de desaparecer y todas tienen un alto potencial productivo por medio de la agroforestería y otros medios. Es todo. Saludos

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    1. Hola, agradezco la observación; estás en lo correcto sobre el significado de "exótico", sin embargo sería oportuno aclarar que si bien la mayor parte de las frutas que menciono no son exóticas -pero las hay dado que no todas tienen su origen en la Península-, tampoco lo son raras dado que son explotadas con regularidad actualmente. Saludos

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    2. Bueno, aquí si me voy a atrever a corregirte. Efectivamente como se lee en el artículo, no todas son originarias de la Península. Como bien cita, el tamarindo, todos los cítricos y la grosella no son originarios de la Península, por lo tanto son exóticos. Y esto está respaldado científicamente, sólo hay que leer un poco.

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